la mejor crítica es la acción - Variaciones sobre Bartleby
El siguiente texto lo escribí como una respuesta a José Ignacio Roca. Hace parte de una serie de fábulas que escribí hace algunos años. Fué escrito, tal vez, en Diciembre de 2001 (de acuerdo a los datos de mi disco duro, pero tal vez sea anterior) con miras a ser publicado en alguna de las ediciones de la revista Valdez. El contexto: la lectura de la discusión en curso que había planteado Jaime Iregui: "¿Cómo percibe el medio artístico local?" (ver: http://www.esferapublica.org/medioartistico.htm ). En ese contrapunto de ideas, fechado en marzo de 2000, José Ignacio Roca plantea, en medio de algunas afirmaciones acertadas ("La mejor crítica es siempre la acción") esta otra, una un tanto simple explicación de la ausencia de crítica (Bogotá, Colombia) invocando la figura de un Bartleby que no quiere complicarse: "La segunda fue mas poderosa: en toda conversación en el medio artístico surge el eterno "aquí no hay crítica", o "aquí nadie escribe", pero ninguno de los que repite esta retahila está dispuesto a exponer sus criterios y opiniones públicamente, porque la abulia nos mata y, como Bartleby, el personaje del cuento de Melville, preferimos no hacer las cosas para no complicarnos la vida." Me parece que en el caso de Bartleby, su inacción no está dominada por la "pereza" o el sentido mezquinamente pragmático de esquivar el conflicto (de hecho su "inacción" es una forma de acción que incrementa su grado de dificultad de relación con el mundo) sino mejor, su "preferiría no hacerlo" aparece como la única forma posible de ejercer una insubordinación contra la cadena de mando. La afirmación del curador:"ninguno está dispuesto a exponer sus criterios..." es sólo estadísticamente verdadera, pero no absolutamente verdadera. Aunque el texto exhiba sus anacronismos, y encierre un juicio implícito al intentar desacreditar al curador uniéndolo a la figura del DJ, sigue siendo una fábula posible. Las dos posiciones se han movido de lugar: ¿ha perdido José Ignacio el temperamento que le incitaba a vincular la crítica a la acción? ¿Se trata el texto de una retrógada y encubierta defensa del caballete? ¿Es esencialmente negativa la mirada del curador como un DJ de obras de artistas? ¿Son el curador y el DJ idénticos en sus funciones, otros artistas que trabajan con artistas? A continuación una réplica agresiva de fición a José Ignacio Roca:
Ausencia de Contexto -Variaciones sobre Bartleby
Para Martín las preocupaciones habían comenzado en el momento de iniciar su tésis de grado. No podía presentar un trabajo cualquiera, no; ese era asunto de los demás. El era Martín Chip Cheapness, hijo único y célebre de su padre, empleado bancario que con gran esfuerzo había superado su condición humilde, y de su madre, dedicada ama de casa que solía reunirse a conversar con sus amigas del barrio sobre cosas de gran interés, por ejemplo, sobre la nueva marca de toallas higiénicas con alas “sobreprotectoras” y otros asuntos propuestos por las propagandas de la televisión.
Las preocupaciones que le embargaban eran mas o menos de naturaleza estratégica: quería diseñar una obra que le diera ante sus similares créditos de inteligente, que fuera aprobada por el profesor y que se insertara plena -y planamente- en el contexto cosmopolita de un arte universal. Elevar lo local hasta Sothebys, eso era lo que quería hacer, aunque aún no lo sabía. Apenas cumplidas las primeras instancias de su trabajo, descubrió otra categoría de personajes a quienes debía satisfacer: unos señores llamados curadores. Ellos eran los encargados de decidir en su sano y claro juicio, las obras que podrían ser llevadas a las exhibiciones en los museos. Lo curioso, era que a veces los mismos curadores hablaban mal de los museos y de los artistas que querían mostrar sus obras en los museos: los consideraban naive.
Martín es un héroe; bien, aún no, pero pronto lo será. Es cierto que termina una “obra de diseño” de características plenamente -y planamente- validadas; recibe los aplausos y condecoraciones. Después, empieza un camino de duda que lo lleva a descreer de todo los elogios recibidos.
Su primer grito de libertad fué: “ Respeto por la diferencia: me gusta Brahms”. Esto sucedió unos meses luego de su grado.
¿Cómo pudo evitar Martín, apasionado estudiante de la pintura, ser catalogado como una suerte de Dairo Torales mejorado? (Dairo Torales fué un pintor costeño que pintó la exhuberancia femenina del trópico y se hizo rico hasta que la proliferación de revistas pornográficas le quitaron el mercado).
En efecto, su trabajo de tésis fué un trabajo de pintura. Su profesor le advirtió que un trabajo en pintura no podía incurrir en la ingenuidad de afirmar la pintura como lenguaje; no, nada de eso: si quería “ser tomado en serio” tenía que referirse no a la pintura sino a la definición de la pintura. Tenía que realizar un trabajo de reflexión sobre los fundamentos mismos del lenguaje, redefinirla según sus particulares puntos de vista, y tal vez, a manera de ejemplo, ejecutar un par de obritas que exhibieran la nueva y revolucionaria definición. Así fué como Martín, en un ataque único de genialidad, llegó a la idea del lienzo en blanco, con una suerte de variaciones diversas: lienzo en blanco perforado, lienzo en blanco ensuciado con polvo de bus diesel, lienzo en blanco prensado, lienzo en blanco pisoteado, lienzo en blanco (e imagénese Ud. los excesos)... así, una serie de diez variaciones que rápidamente lo pusieron en el ojo de los curadores más avesados en el tema.
Martín pasó a la fama. Lo más grave: caminaba como hombre famoso. Miraba a su alrededor como si estuviera a punto de ser salpicado por la mierda entre la que se debanten los demás mortales. No hay duda, era un tipo superior.
Sus esfuerzos para realizar una segunda obra no fructificaron. Desde su primer gran triunfo, la exigencia que recaía sobre sus trabajos era descomunal.
Le gustaba caminar por la ciudad con una libretita de apuntes; tomaba nota de las obras que podría llevar a cabo, notas de la gente, de la ciudad....
Sus padres empezaban a abrigar cierta preocupación: el esfuerzo que habían hecho para lograr llevar a Martín a la condición de “artista profesional” había sido muy grande; era cierto que los primeros resultados habían sido impresionantes, pero había pasado mucho tiempo ya desde ese momento. Ellos, como los mas avesados dealers, sabían que Martín estaba a punto de perder vigencia y se precipitaba hacia la categoría de “tostados”.
Tomó el mal hábito de hablar de sus notas con los expertos curadores: si bien las obras eran potencialmente interesantes, todas tenían una carencia de verosimilitud.
Se pasaba horas enteras reflexionando sobre el asunto de la verosimilitud: ¿acaso no eran todas las obras de artes autoverosímiles? “No”, respondía el curador, “debemos definir el contexto en el que estas obras son posibles”. ¿No era síntoma de que las cosas habían llegado a mal punto, cuando el artista debía encargarse de “diseñar un contexto” en el que la obra fuera posible?Metido en medio de estas preocupaciones llegó al momento de su transformación. Sucedió unos cuantos días después de su exaltación de la diferencia. Llegó hasta la plazoleta de la universidad que le había concedido el titulo. Ya nadie le reconocía como artista importante; cientos de estudiantes llamados a reemplazarle y destronarlo se movían agitadamente de un lado para otro, como una colonia de hormigas ciegas. Presa de una euforia incontenible se detuvo en la mitad de la plaza, miró a lo alto, y concentrado en las ventanas de la decanatura de artes, gritó: “los curadores son unos DJ”.
Su grito pasó inadvertido; salvo los guardias que reconocieron un timbre subersivo, nadie reaccionó.
Cuando fué luego interrogado sobre el impulso que la llevó a incurrir en semejante acto dijo: “el riesgo más grave que corría era el de que una protesta sincera se confundiera con una obra de arte. Los curadores toman la obra de una serie de artistas, la montan en escena, como un DJ coloca los acetatos en los tornamesas, aplica la fuerza de sus manos y la mueve de aquí para allá, de allá para acá, y fusionando todos esos esfuerzos se hiergue como un hombre importante poseedor de una palabra verdadera y validadora. No son DJ de fiestecitas techno, son los DJ de la orgía intelectual.”
Súbitamente Martín estaba nuevamente en el primer plano de la escena plástica. Los curadores y dealers le buscaban. Podía escribir una idea en una servilleta y venderla al precio que quisiera. Presionado por su falta de dinero, acosado por las deudas y la urgencia material, un día tomó un papelito y una pluma y escribió :”preferiría no hacerlo”. Hasta el momento, no se sabe dónde está ese valioso papelito.
(bogotá, diciembre de 2001)
Ausencia de Contexto -Variaciones sobre Bartleby
Para Martín las preocupaciones habían comenzado en el momento de iniciar su tésis de grado. No podía presentar un trabajo cualquiera, no; ese era asunto de los demás. El era Martín Chip Cheapness, hijo único y célebre de su padre, empleado bancario que con gran esfuerzo había superado su condición humilde, y de su madre, dedicada ama de casa que solía reunirse a conversar con sus amigas del barrio sobre cosas de gran interés, por ejemplo, sobre la nueva marca de toallas higiénicas con alas “sobreprotectoras” y otros asuntos propuestos por las propagandas de la televisión.
Las preocupaciones que le embargaban eran mas o menos de naturaleza estratégica: quería diseñar una obra que le diera ante sus similares créditos de inteligente, que fuera aprobada por el profesor y que se insertara plena -y planamente- en el contexto cosmopolita de un arte universal. Elevar lo local hasta Sothebys, eso era lo que quería hacer, aunque aún no lo sabía. Apenas cumplidas las primeras instancias de su trabajo, descubrió otra categoría de personajes a quienes debía satisfacer: unos señores llamados curadores. Ellos eran los encargados de decidir en su sano y claro juicio, las obras que podrían ser llevadas a las exhibiciones en los museos. Lo curioso, era que a veces los mismos curadores hablaban mal de los museos y de los artistas que querían mostrar sus obras en los museos: los consideraban naive.
Martín es un héroe; bien, aún no, pero pronto lo será. Es cierto que termina una “obra de diseño” de características plenamente -y planamente- validadas; recibe los aplausos y condecoraciones. Después, empieza un camino de duda que lo lleva a descreer de todo los elogios recibidos.
Su primer grito de libertad fué: “ Respeto por la diferencia: me gusta Brahms”. Esto sucedió unos meses luego de su grado.
¿Cómo pudo evitar Martín, apasionado estudiante de la pintura, ser catalogado como una suerte de Dairo Torales mejorado? (Dairo Torales fué un pintor costeño que pintó la exhuberancia femenina del trópico y se hizo rico hasta que la proliferación de revistas pornográficas le quitaron el mercado).
En efecto, su trabajo de tésis fué un trabajo de pintura. Su profesor le advirtió que un trabajo en pintura no podía incurrir en la ingenuidad de afirmar la pintura como lenguaje; no, nada de eso: si quería “ser tomado en serio” tenía que referirse no a la pintura sino a la definición de la pintura. Tenía que realizar un trabajo de reflexión sobre los fundamentos mismos del lenguaje, redefinirla según sus particulares puntos de vista, y tal vez, a manera de ejemplo, ejecutar un par de obritas que exhibieran la nueva y revolucionaria definición. Así fué como Martín, en un ataque único de genialidad, llegó a la idea del lienzo en blanco, con una suerte de variaciones diversas: lienzo en blanco perforado, lienzo en blanco ensuciado con polvo de bus diesel, lienzo en blanco prensado, lienzo en blanco pisoteado, lienzo en blanco (e imagénese Ud. los excesos)... así, una serie de diez variaciones que rápidamente lo pusieron en el ojo de los curadores más avesados en el tema.
Martín pasó a la fama. Lo más grave: caminaba como hombre famoso. Miraba a su alrededor como si estuviera a punto de ser salpicado por la mierda entre la que se debanten los demás mortales. No hay duda, era un tipo superior.
Sus esfuerzos para realizar una segunda obra no fructificaron. Desde su primer gran triunfo, la exigencia que recaía sobre sus trabajos era descomunal.
Le gustaba caminar por la ciudad con una libretita de apuntes; tomaba nota de las obras que podría llevar a cabo, notas de la gente, de la ciudad....
Sus padres empezaban a abrigar cierta preocupación: el esfuerzo que habían hecho para lograr llevar a Martín a la condición de “artista profesional” había sido muy grande; era cierto que los primeros resultados habían sido impresionantes, pero había pasado mucho tiempo ya desde ese momento. Ellos, como los mas avesados dealers, sabían que Martín estaba a punto de perder vigencia y se precipitaba hacia la categoría de “tostados”.
Tomó el mal hábito de hablar de sus notas con los expertos curadores: si bien las obras eran potencialmente interesantes, todas tenían una carencia de verosimilitud.
Se pasaba horas enteras reflexionando sobre el asunto de la verosimilitud: ¿acaso no eran todas las obras de artes autoverosímiles? “No”, respondía el curador, “debemos definir el contexto en el que estas obras son posibles”. ¿No era síntoma de que las cosas habían llegado a mal punto, cuando el artista debía encargarse de “diseñar un contexto” en el que la obra fuera posible?Metido en medio de estas preocupaciones llegó al momento de su transformación. Sucedió unos cuantos días después de su exaltación de la diferencia. Llegó hasta la plazoleta de la universidad que le había concedido el titulo. Ya nadie le reconocía como artista importante; cientos de estudiantes llamados a reemplazarle y destronarlo se movían agitadamente de un lado para otro, como una colonia de hormigas ciegas. Presa de una euforia incontenible se detuvo en la mitad de la plaza, miró a lo alto, y concentrado en las ventanas de la decanatura de artes, gritó: “los curadores son unos DJ”.
Su grito pasó inadvertido; salvo los guardias que reconocieron un timbre subersivo, nadie reaccionó.
Cuando fué luego interrogado sobre el impulso que la llevó a incurrir en semejante acto dijo: “el riesgo más grave que corría era el de que una protesta sincera se confundiera con una obra de arte. Los curadores toman la obra de una serie de artistas, la montan en escena, como un DJ coloca los acetatos en los tornamesas, aplica la fuerza de sus manos y la mueve de aquí para allá, de allá para acá, y fusionando todos esos esfuerzos se hiergue como un hombre importante poseedor de una palabra verdadera y validadora. No son DJ de fiestecitas techno, son los DJ de la orgía intelectual.”
Súbitamente Martín estaba nuevamente en el primer plano de la escena plástica. Los curadores y dealers le buscaban. Podía escribir una idea en una servilleta y venderla al precio que quisiera. Presionado por su falta de dinero, acosado por las deudas y la urgencia material, un día tomó un papelito y una pluma y escribió :”preferiría no hacerlo”. Hasta el momento, no se sabe dónde está ese valioso papelito.
(bogotá, diciembre de 2001)
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